¿Qué coño hacía yo allí?
Los tres curas observaban atentos a los diez o doce niños que comparecíamos delante de ellos. En aquél entonces me imponían por sus negras vestiduras y porque nos estaban bombardeando con sus preguntas sobre religión a las que habíamos de contestar rápidamente, antes que otro de los compañeros se anticipara. Ahora, después de todo lo que hemos ido sabiendo sobre curas y niños, me darían miedo, la verdad. A cada pregunta, uno de nosotros era eliminado. Yo no tenía ni idea de qué coño hacía allí. Don Antonio, mi maestro, me había dicho que el domingo tenía que ir al salón de actos de la iglesia de la Concepción con mis papás, él nos esperaría allí.
En este
momento sólo quedábamos tres chiquillos, y yo seguía sin saber para qué estaba
allí. El cura plantea una nueva pregunta:
—¿Cuál
es el otro nombre de la Pascua de Resurrección?
El nano
de mi izquierda alza la mano escopetado, yo me quedo con el dedito levantado,
me la sé, el otro contesta mal, rebote y yo suelto alto y claro:
—Pascua
Florida
—Correcto
—dice el cura— Paquito González, campeón de Madrid de Catecismo.
Aplausos
del público, mis padres emocionados que no veas. Y yo sin saber exactamente qué
hacía allí.
Me
dieron una cesta de navidad, lo cual alegró a mi madre, y unos Santos
Evangelios, lo cual emocionó a mi padre. Las vituallas vinieron bien en una
economía tan paupérrima como la nuestra. El libro aún lo conservo.
Pero
sigo sin saber qué coño hacía allí.
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